Mr Kilombo agotó las localidades en El Veintiuno
No era la primera vez que Miki Ramírez, verdadero nombre de Mr. Kilombo, actuaba en sala oscense El Veintiuno. Y a la vista del tremendo éxito obtenido en esta nueva visita, en la que colgó el cartel de ‘sold out’, tampoco será la última.
El que fuera durante varios años guitarrista del grupo Macaco no ha dejado de experimentar un fuerte crecimiento en su popularidad. Su música llega muy bien a una importante porción de público que conecta a la perfección con sus llamadas al buen rollo, sus mensajes ecologistas, sus cantos a la vida y sus discursos de autoayuda alternativa.
Desde luego, si alguien creía que el buenrollismo estaba muerto y enterrado, está muy equivocado. Sigue vivo, pero ahora se manifiesta de una forma menos obvia y más poética. Y es que, tanto a nivel musical como de letras, la propuesta de Mr. Kilombo se sitúa muy cerca de la de otros cantautores abiertos al mestizaje y la fusión: desde ese gran referente que es el siempre brillante Jorge Drexler hasta Depedro pasando por los representantes de la nueva canción de autor como El Kanka, Muerdo, Pedro Pastor o Travis Birds.
Con un público entusiasmado desde el minuto uno, Mr. Kilombo arrancó su actuación a ritmo de samba con Por su camino, para seguir con la orgánica mezcla de ska y ritmos latinos de Contra todo pronóstico, el aire folk de Rey y mendigo o los guiños a la trova cubana de Una canción nada más, epítome del buen rollo.
Entre rumba y milonga se mueve Cortocircuitos, el tema que da título a su quinto y último álbum y en el que se dice que «somos un punto minúsculo en mitad del universo».
Acompañado por una magnífica y bien engrasada banda (bajo, batería, trompeta y teclados y saxo), siguió provocando el entusiasmo del personal con el zigzagueo latin reggae del infeccioso Na de mí, el magnetismo de Todo cambia (tema que ha interpretado con Travis Birds y que suena muy en la onda de Depedro), la samba-rumba Del aire (tema nuevo, estrenado hace solo unas semanas pero ya coreado por todo el público), el suave reggae-folk de Ambivalencia o la circense y balcánica Quédate a mi lao, que puso a todo el mundo a bailar en medio de la más absoluta euforia.
El karaoke continuó con En plena calle, una defensa de la libertad de acción que dio paso a la rumba salsera de Palabrería, la pulsión ligeramente funk de Cabecita loca o la cumbia de Trampas.
Inició solo con su guitarra esa bonita balada folkie que es Sinmigo en la que el público respetó el silencio reclamado por el artista, que incluyó un emocionante solo de trompeta.
Y comenzó a enfilar la recta final con el dinámico jazz manouche de Andaré, al que siguieron el folkie En peligro de extinción y, por último, el infalible Reconciliarme con el amor, un tema coreado por todo el público a pleno pulmón, con ritmo jamaicano (más cerca del rocksteady que del ska), un estribillo digno de Luis Aguilé y un final con montuno incluido.
Pero Miki ya había advertido que, lo pidiera el público o no, iba a salir después de esta canción a ofrecer un bis.
Dicho y hecho, se despidió definitivamente con el público absolutamente postrado a sus pies, interpretando Manglares (una de sus más inspiradas melodías), el reggae Tiempo al tiempo y el ska de Invencibles, que derivó en juerga y bailoteo, dejando a sus seguidores plenamente satisfechos. Un fiestón, vaya.
Texto: Luis Lles
Fuente: Diario del AltoAragón