Luis Fercán ofreció un concierto intimista en la Sala El Veintiuno
A finales de enero del año pasado llegaba a Huesca para actuar por primera vez Luis Fercán (Luis Eduardo Cano en su DNI), un cantautor de Santiago de Compostela que se mueve en la esfera del indie folk-pop y que en su debut oscense ofreció una actuación de corte casi camerístico, en la que estuvo acompañado por una violonchelista, un teclista y nada menos que Nacho Mur, del grupo La M.O.D.A., que tocó guitarra, banjo y mandolina y que ejerce de productor de Luis Fercán.
El viernes Luis Fercán regresaba a El Veintiuno, pero en esta ocasión lo hacía en solitario, acompañado únicamente con su guitarra. Un formato que, obviamente, le empujó a realizar un concierto intimista, con sus canciones desnudas y despojadas totalmente de cualquier arreglo o floritura. Luis Fercán es un buen compositor de melodías y posee una poderosa y magnífica voz, en sintonía con la de otros artistas como Damien Rice, Guitarricadelafuente, Pablo López o Iván Ferreiro. Pero abusa de ese tono doliente, dramático y quejumbroso que propende al grito desaforado. Todo lo cual acaba por conferir a su música un matiz demasiado monocorde. No hay clímax y anti clímax. Todo es de un intenso subido. Sus letras, por otro lado, son, salvo raras excepciones, monotemáticas: amor, amor y desamor. Lo que le asegura un público (eminentemente femenino) que se deja seducir por ese existencialismo romántico que desprenden sus letras y que parece ser su carta de identidad.
Su nueva actuación en El Veintiuno sirvió para presentar las canciones de su nuevo álbum, Postales pedidas, que se fueron alternando con las de su disco anterior, Canciones completas desde una casa vacía, que es el que le trajo a Huesca el año pasado. Y así, se fueron sucediendo temas como una señal (todos los temas de su nuevo trabajo van con el título en minúsculas), medias rotas, la sutil balada dime qué hago o los aires folk de temple bar, que lógicamente está inspirado en un viaje a Dublín.
Al acendrado romanticismo de Ella y Airecillo (que sonó en medio de una atmósfera delicada, intimista y pausada), le siguieron ahí atrás (miedo en el mar), esa suerte de tango o milonga que es Color miel, tu recuerdo (verde otoño) o el tono erótico de mesa para dos.
Llegaba ya el momento de los grandes hits. Avisó entonces de que el concierto enfilaba su recta final y de que no iba a haber bises, y así fue como enlazó El Palmar, frío al verte, 110 (la crónica de una última noche de amor en un hotel, que cantó a pelo, desenchufado, bajando del escenario y con el público haciendo corro alrededor suyo) y busco, el tema con el que se inicia su último disco y que constituye una reflexión sobre su vida y sus raíces. Una de las pocas excepciones a ese romanticismo doliente del que hace gala.
Texto: Luis Lles
Fuente: Diario del AltoAragón