Karavana realizaron su debut oscense en El Veintiuno
Es evidente que el titular de esta crónica es un oxímoron. Romanticismo y punk son dos términos antitéticos. El verdadero punk siempre fue nihilista. Más incluso que político o combativo, fue nihilista. Y, desde luego, el nihilismo está muy alejado del romanticismo.
Claro está que lo que hace Karavana, grupo madrileño que el viernes hacía su debut oscense en la sala El Veintiuno, tampoco es punk en sentido estricto. Se trata más bien de punk-pop. Punk pijo lo llaman algunos. Y es que, aunque ellos citan a The Strokes o The Vaccines como referentes (que sí, también), lo cierto es que son un eslabón más en esa cadena que une a los Hombres G con los Nikis y con Carolina Durante. Y es que, como se suele decir, quizá la historia no se repite, pero rima.

En todo caso, la música de Karavana tiene un componente claramente generacional. Una música vibrante, electrizante y ruidosa, con unos estribillos pegajosos como un chicle y unas letras que casi siempre hablan de amor (y desamor)… y del angst, esa angustia vital que suele aquejar a la juventud y que tiene más que ver con los millenials que con la Generación Z.
Espectadores de estas dos generaciones fueron los encargados de corear todas y cada una de las canciones que interpretó Karavana, cuyo cantante Gonzalo Boatas se adhirió a algo que parece estar convirtiéndose ya en una moda o en algo habitual: la ascendencia oscense de algunos de los artistas que nos visitan.

Y es que Boatas dijo que su abuela paterna era oscense. Hace pocas semanas fue la cantante de las Hinds en esta misma sala quien presumió de parentela oscense. Pero antes lo han hecho, entre otros, Carlos Sadness, Maria Arnal, Jarabe de Palo o la mismísima Geri Halliwell de las Spice Girls. Pues bien, bienvenidos sean los oscenses y altoaragoneses de la diáspora.

Karavana posee un directo potente y enérgico, que engancha desde el primer momento al público, que bailó y se desgañitó coreando las canciones a voz en grito durante todo el concierto. La noche dio comienzo con Amores y errores, todo un hit de vibrante indie punk con el que comienza su segundo álbum, Entre amores y errores, que interpretaron al completo y que fue el eje central de su actuación, aunque no faltaron tampoco algunas de las canciones de su primer trabajo, Muertos en la disco.

Siguieron en la misma onda con Resaca pop, pero viraron a un post-punk rayano con el heavy con Mismos vicios. Después llegarían el punk-pop de Ya no puedo más, el power pop de ese gran hit que es Martes, sábados y de la energética Qué bien los dos, entre las cuales sonó también la canción más poppie de la velada, Cariño. Manteniendo el pulso punk-pop, continuaron después con Qué putada, Después de tanto, Hoy (en una veta más puramente pop), El final (uno de los más coreados por el público) o Madrid, otro de esos hits instantáneos que Karavana tiene en su repertorio.

Y llegó el momento de la que, al menos en opinión de este cronista, es su mejor canción: Fantasma, con su adhesivo estribillo y con ese soniquete de power pop ruidoso que les conecta a los fantásticos Undertones. Ya en la recta final, encadenaron Strokes (su tributo a la banda neoyorquina en el que arremeten contra C. Tangana), Pastillas y ¿Quién quiere más (MDMA)?, otro de sus mejores temas, su réplica electropunk al Así me gusta a mí de Chimo Bayo, que desemboca en un auténtico nirvana noisy.
El broche final lo puso El verano de los 27, otra andanada de punk-pop en la que hacen referencia a todas esas figuras de la música que han fallecido a los 27 años: de Jimi Hendrix y Janis Joplin a Jim Morrison o Kurt Cobain, pasando por Amy Winehouse.

Al final, Karavana no interpretó su divertida versión punki de Tití me preguntó de Bad Bunny. Lástima. Pero eso no pareció importarle a la extasiada y satisfecha audiencia, que disfrutó a placer con la actuación de esta joven banda madrileña.
Texto: Luis Lles
Fotos: @Alexio.Raw
Fuente: Diario del AltoAragón